¡Qué dulcemente va cayendo tu belleza!
¡Qué dulcemente va cayendo tu belleza!
Otoño pleno desordena la armonía
de tu pecho; y, en plástica oleada de tristeza,
el mar de tu alma alza tu cuerpo de elegía.
Hueles a acacia mustia. A veces, nubla un manto
tus ojos de poniente; y, en avara demencia,
recorres, cada instante, el decaído encanto
-¡magnolia, azucenón!- de tu rubia opulencia.
Pero la permanencia vaga de tu ruina,
bella como un crepúsculo reflejo de una gloria,
da al amor que a ti vuelve, cual una golondrina
al nido, un goce lento, largo, como tu historia.