Entre el bote varado (como un cuadro) cercado y acometido por gaviotas
Y la mesa de la cocina cubierta de hule
Sobre la que reposa el pan, el queso de cabra
Y las calles empinadas de la tarde, amarillas y desiguales llenas de perros y gatos, de niños
Y las calles del centro, en El Bajo
Apenas visibles entre cerro y cerro
Cobijadoras de la escasa vida urbana que por aquí tenemos, con jóvenes de pantalón claro
(No sabemos si los hijos de pescadores se ponen ropa deportiva.
0 si los veraneantes se tostaron en la playa)
Mientras las gaviotas graznan arriba, girando, abatiéndose sobre
La profusión de roqueríos que se lanzan al mar detrás de La Pampilla
Y los Chinos de La Tirana ensayan (se ven desde la casa que está en el cerro)
Y el viejo se sienta en el umbral de la ventana, tornando el sol ojeando revistas viejas
Acumulando fuerza por los ojos sedientos de sol para seguir otro día tirando
Y los Niños lanzan garabatos en el Taller Mecánico
Y el primer frío de la noche lanza puñados de sal y azufre sobre la tiza de los huesos
Y la Señora pasa con la bolsa de las compras desde la panadería,
El boliche de Arquero, jadeando y subiendo la cuesta, como diciendo “Hasta aquí no más llegamos”,
Con cada paso que da.