El beodo narraba dificultosamente,
Con hipos de agonía y vahos de aguardiente:
El residuo de hombre, sin vigor, ni decoro,
Era único dueño de un singular tesoro.
Y bajo sus andrajos hurgando torpemente,
Alzó en triunfo una cosa flexible y reluciente:
– una trenza finísima de cabellos de oro –
Y gimió: “Es de la infame… ¡que todavía adoro!”
Y una noche de lluvia se colgó de una rama,
Y un rechinar de clientes epilogó su drama
De rencores a tientas las brumas del alcohol.
Y los curiosos vieron, al inflamarse el día,
Que en su cárdeno cuello la trenza relucía,
Cual si se hubiera ahorcado con un rayo de sol.