A Luis G. Urbina
Torvo fraile del templo solitario
que al fulgor nocturno lampadario
o a la pálida luz de las auroras
desgranas de tus culpas el rosario…
-¡Yo quisiera llorar como tú lloras!-
Porque la fe en mi pecho solitario
se extinguió, como el turbio lampadario
entre la roja luz de las auroras,
y mi vida es un fúnebre rosario
más triste que las lágrimas que lloras.
Casto amador de pálida hermosura
o enamorado de sensual impura
que vas – novio feliz o amante ciego-
llena el alma de amor o de amargura…
-¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!-
Porque no me seduce la hermosura
ni el casto amor, ni la pasión impura;
porque en mi corazón dormido y ciego
ha caído un gran soplo de amargura,
que también pudo ser lluvia de fuego.
¡Oh guerrero de lírica memoria
que al asir el laurel de la victoria
caíste herido con el pecho abierto…
para vivir la vida de la gloria!
-¡Yo quisiera morir como tú has muerto!-
Porque al templo sin luz de mi memoria,
sus escudos triunfales la victoria
no ha llegado a colgar; porque no ha abierto
el relámpago de oro de la gloria
mi corazón obscurecido y muerto.
¡Fraile, amante, guerrero, yo quisiera
saber qué obscuro advenimiento espera
el anhelo infinito de mi alma,
si de mi vida en la tediosa calma
no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera!