Oda quinta

Con vellos de murciélago
Y mirada de sapo,
Resopla fuego por la lengua
Como un dragón, y de la abierta boca
Le gotea una espesa saliva gomosa,
Lo endurece hasta el hielo
La cara del Bendito, trombas, huracanes,
Aludes, incendios, terremotos,
Encierra en su arca de truenos
La joyería de las maldiciones,
Miente piedades, lágrimas, penas,
Como si fuera un niño,
Colecciona en secreto un erizo doméstico de crímenes,
Se sienta en su trono
Sin miedo a ser juzgado
Y desprecia a los hombres como a moscas,
Bebe la amargura como licores dulces,
Curte la pureza como un cuero
Para golpear con él a los impuros,
Reza en el templo para tener derecho
A maldecir a los culpables,
Conserva el corazón salado como un charque,
Los muros lloran en su casa
Como si hubiera guardado el mar entre las piedras,
No está quieto, no duerme,
Por todo se ofende, cubierto con traje
De espejo negro, la dignidad no le permite
Jugar a la pelota,
Titiritero de las vidas que maneja a su antojo,
Junta lágrimas como piedras preciosas,
Llora como el dueño absoluto de los sauces,
Ama la muerte como si el sol
Se hubiera equivocado, su boca forma el rictus
Del desprecio más alto y venerable,
Nada comprende de las grandes misiones
Y los nombres sagrados,
Impondría el poder de la cruz
Como si el rayo no pendiera en su nube
Sobre el lustre imanado
De su frágil cabeza, las almas
Llevaría hacia una fría tumba
Meticulosamente regular,
Y juega con el bueno, como el gato elegante
Con el ratón, la inocencia lo humilla
Como un ángel de Dios,
A la fuerza serena de la virilidad confunde
Con el tigre cebado de la agresión,
Acosa como a ratas
A los que aman la vida,
Con sutileza de vencedor,
Escribe en el trabajo sudoroso del santo
El nombre que le hincha
De furia las tres caras.


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Poema Oda quinta - Orfila Bardesio