¡O, tres y quatro vezes venturosa,
Aquella edad dorada,
Que de sencilla, pura y no inuidiosa,
Vino a ser inuidiada!
Sobre la bien nacida yerua daua
Aliuio a sus cuydados
Tirsis, en tanto que la tierra esclaua
Vió abiertos sus dos lados.
Y con Amintas y con Bato hablando,
A la sombra tendidos,
No de trabajos largos descansando,
Cansauan sus sentidos.
Ya por el monte solitario dauan
Al cieruo enamorado
Muerte, y con sus despojos adornauan
Mirto y pino sagrado.
Ya la ribera del sagrado Anfriso
Con su canto alagando,
Refrenauan el ímpetu que quiso
Febo amansar llorando.
Y por la tierra que le ciñe amena
De obas, sauzes y cañas,
Desamparauan su caberna, llena
De juncos y espadañas.
Y sus mortales ojos y su humana
Mortal presencia, digna
Hazía de la vista soberana
De su cara diuina.
La madre vniuersal de lo criado
No era madrastra dura,
Como después que Enzélado abrasado
Cayó en la gruta escura.
Este deseo de vengança hizo
Descubrir a la tierra
El seno de metal, que satisfizo
A la enconada guerra.
El pino enuejecido en la montaña,
La haya honor del soto,
Nunca nacieron a turbar la saña
Del alterado Noto.
Salue, sagrada edad, salue dichoso
Tiempo, no conocido
Deste nuestro, alabado por glorioso,
Pero no apetecido.
Si la beldad idolatrada que amo
Como yo conocieras,
La Arabia sacra en flor, en humo, en ramo,
Ardiendo le ofrecieras.
Salue, sacra beldad, cuya diuina
Deydad haze dichosa
Nuestra infamada edad, en quien destina
Cielo luz tan hermosa.