Los tres esposos de la noche

Negra cabellera enamorada
Borges

Habla la leyenda
de una mujer morena apetecida,
Noche. Seduce los espíritus
Con sus joyas profundas y brillantes.
Innumerables son los pretendientes.

Luz negra apasionada,
en un cielo donde lo prohibido nos se escribe.
Madre de los dioses, Hesioto la llamaba.
Diosa que también es aventura.

Dama voluptuosa de ferviente dominio
viste de negro para ocultar sus llamas.
Enamora con mansas brisas
y se une en orgasmos de luna llena.
Los planetas inflamados son testigos.
La noche que nunca fue virgen,
visita con frecuentes hechizos.
Es un error creer que solo se comporta
como cómplice pasiva
de humos ajenos,
de cautelas olorosas,
de palomas insaciables
de dóciles acontecimientos
de diálogos húmedos de la penumbra espesa
que tiene manos, lengua, vapores rojos,
carnes que gritan
gotas de incendio en hornos desvelados.

Fueron tres sus esposos,
dicen los vikingos en su leyenda

De la noche el primero, Naglfari,
un príncipe azul o dorado, deseado mancebo.
Satisfizo su ilusa inocencia de amante
en un lapso, fugaz e intenso
como se doma un fuego joven.
Con él tuvo un hijo amplio, incierto,
puro – Espacio su nombre-
cual la vida por delante
después de romper el compromiso.

La union duró un momento oportuno
(y no más) enfatiza el mito.

Ella, noche de muchos, la cortó una vez agotado
el salvajismo sin experiencia de los músculos
que penetraron sus fibras oscuras, enardecidas,
hasta el fondo de lo que es superficialmente penetrable.
Su misterio de mujer permanece en ella,
inagotable, atractiva tras la cabellera desatada.

Libre ya, busca alguien que la consuma y aparte.
La noche conquista.
Bóveda suave de secretos
oculta las semillas del bien y el mal en sus caprichos.

El segundo esposo, como en los concursos,
es el que más interesa.
Su nombre es “El Otro” (no tiene otro nombre),
según la leyenda antigua.
Alguien en sumo desconocido
con quien la intimidad puede ser absoluta.
Oído, paño, agua y fuego en el desierto,
cuerpo de fiesta que anima el recinto descuidado.
La noche se le entrega osada, disuelta,
valles y cielos se conjugan
en oscuro juego sin fronteras.
Pájaros, chicharras, silbidos lejanos, cantan, festejan;
Vientos nocturnos, respiraciones, pálpitos negros
mecen la seguridad cómoda que el anonimato enardece.
Fácil la entrega. No la acechan ansiosos interrogantes.
Con el Otro sabroso un manjar comparte de ardores secretos.
El silencio no duerme.
A veces apaga cobarmente los brillos.

Y de la Noche (de su vientre hermoso)
y el Otro, nace una hija, que llaman Tierra.
La trágica tierra, hija de la noche y el Otro,
casi huérfana y a menudo confudida.
En la mitología vasta, también Odín, fue padre
de una hija cuyo nombre era tierra.
No discute la leyenda si hubo un divorcio
ni la desnudez indescifrable de sus bodas,
mas sí que por fin la Noche, en su madurez, opta
por escoger un tercer cónyuge acceptable,
rubio de raza, brillante, prometedor, vikingo
(en conformidad con los cánones casamenteros de las madres).
Amanecer, Delling, su nombre preciso;
nombre reflejo del alma, poder en letras y sílabas,
pausas y horas destinadas.
“The third time is the charm”, dirían en inglés
las lenguas chismosas.

Y del Amanecer y la Noche, diosa acogedora y llena,
nace Día, como si de la muerte brotase
una blancura concreta y explosiva.
Nace con todos sus dientes.
Desnudo como niño y como liberada doncella
tomando el sol a sus anchas.
A la familia del padre se parece.

Hundidos tras ariscas decisiones, sus esposos muertos,
la Noche fértil perdura en el Espacio, la Tierra y el Día.

Los nacimientos y muertes de la Noche
no tienen hora, se pierden, se alargan
en la embriagante negrura donde todo crece.
Quienes gozan el amor intenso de sus caricias oscuras
sufren un ardor oculto bajo su cuerpo robusto y suave,
cuerpo de luz y de tinieblas.
(Roque Dalton amó a la vez cuatro mujeres lejanas).

La noche, madre y esposa.

Las tibias sombras que cobijan magias y paradojas
inventan poblaciones invisibles y ciertas,
el paraiso y el infierno.

Negra cabellera enamorada,
la Noche siempre se casa tres veces.
Su piel es como la nuestra.
La leyenda no termina. Queremos hijos.


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Poema Los tres esposos de la noche - Luis Alberto Ambroggio