Si supiera el himno con que se abren piel y ciudades.
Si la fórmula noble que rinde los breviarios residiera en mi boca.
Si el buey de los peregrinos me llamara de siempre hijomío
y agitara yo – bandera de los libres – toda raíz en la mano…
Si estuviera caminando por las calles de Roma
donde – todo el mundo lo sabe-
son las fachadas las que dicen
qué luz tenemos hoy…
es decir, si yo fuera un caminante
llevaría parejo caimán de tristeza sobre el rostro
que yo
que también estuve en Roma
y la caminé con la escasez de alma suficiente
para intuir el poder de sus piedras
pero ignorar qué se siente, en verdad,
cuando esa luz
lo invade todo.