Mi abuela iba y venía por el andén lluvioso,
sostenía en las manos una flor sin aroma,
en su pecho la noche besaba una paloma.
Entonces era extraña como un jardín brumoso.
Tenía el pelo oscuro, liso, largo, brioso,
y los ojos inmensos, juveniles, distantes.
Mi abuela iba y venía con sus pasos quemantes.
Sus pies eran dos breves relámpagos hermosos…
A lo lejos, entonces, vio una torre de humo:
una líquida niebla de pronto vuelta grumo,
y escuchó ese silbato como un fuego sonoro.
Mi abuelo llegó un día de mediados de abril.
La estación ya no existe y ese ferrocarril
se ha vuelto como un sueño de neblina y de oro.
De El Día Interminable.
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