Gastarte la carne y la sangre,
estirarte la piel hasta que reviente,
perder la cal, el agua y la vida,
dejar en el camino las ampollas que le salieron a tus huellas,
quemarte las manos, acabarte todas las palabras,
entregar hasta el último beso en esa última luna,
extenderte como alfombra
para evitar que se quiebre la esperanza,
ofrecer el nombre y la historia,
enterrar las raíces en el tiempo y volverte de piedra.
¿Y todo para qué?
para que de tus ojos sólo queden escombros,
se consuma tu risa y te vuelvas una mueca sangrante,
para que tu esqueleto ocupe un sitio
que mejor serviría para plantar un huerto,
para que tus cenizas ni siquiera se cuelen en el aire
y tus restos se consuman en la nada,
aislados, solitarios,
condenados a cadena perpetua.
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