Luna blanca redonda

Luna blanca redonda de redondez de planeta.
Ala de la luz sobre la lucha de la espuma y la sombra,
envías al vacío la nada ensordecida, para vencer el bosque de la
noche cautiva. Lejanía infinita como un hombre en la muerte.
Fantasmas de silencio hacia el rumor de la vida. Silencio de
cenizas, rumor de estrella y besos. Mar blanco y de rocas,
corrientes de silencios, giras sobre un desierto de infinidad
celeste, sobre el frío que arropa la galaxia y la estrella,
solitaria, desde la esparcida luz del corazón de las constelaciones.
Blanca heredera de montañas, al borde de un blanco mar de arena.
Flotas dentro de la danza de los átomos y las moléculas
interestelares, existiendo sobre oscuras profundidades de luz y de
universo. Certera arquera del arco de la ausencia, bajan tus flechas
desde las soledades de tus playas, hacia las soledades de las
enlutadas torres de la noche. Tambor de silencios de la infinita
rueda donde gira y canta la eternidad, contemplando los mundos, con
la nueva mirada blanca de una estación de luz, oceánica y distante.
Callada o dolorosa. Playa blanca de ausencia. Territorio de polvo de
hueso luminoso; arena seca y cenicienta hecha de luz… Desierto de
rocas con cráteres inmensos, donde cantó el meteoro y colapsó el
astro. Paisaje de mares sin aguas en tus mares, polvo blanco de mar.
Peces de luz de arena. Océano de tempestades de ininterrumpidos
silencios. Playas sin olas. Mar sin playa. Beso de ingravidez sin
viento. Mar muerto sin atmósfera. Los labios de la noche visten en
ti su semblante de silencios sin tiempo, vastedad oceánica sin
límite, profundidad de boca cincelada de estrellas. Montañas
cósmicas, emisoras de lenguajes sin abecedario y sin sonido. Pozo de
luz profunda en la garganta del cosmos. Ah, tu luminosa en la
inmensidad de la nada, redondez de las noches, callada navegante de
distantes puertos e infinitas ciudades, pobladas de soledad o
ausentes melodías de Canciones solares, dentro de un concierto
espacial, detenida en la nota de la nada, flota tu canto redondo,
fusionado a la partácula donde vive la estrella y la nación del todo
la envuelve el éter. Luz sobre luces de las ciudades-luz, donde las
luciérnagas sonrien, y se abrazan, con milenarios destellos, largos
como el viaje de los cometas. Luz blanca redonda; roca de arena
astral. Circunferencia blanca sobre el abismo de una noche más
inmensa que la noche primera, redondo espejo blanco de arena blanca
y hueso. Cantas desde la luz de una noche de luz enroscada en el
tiempo, con luz de lejanía o de ausencia. Ah, vastedad de universo,
palpitar del corazón, manos del tiempo, en la noche sin fin, de una
muerte sin muerte. Silenciosa testigo de la procesión de la
historia. Un tren de sombras y bultos retienes en tu eterno
amanecer. Has visto girar la rueda de los días en la danza del
tiempo, navegando hacia el océano del siglo o mar de milenios, desde
el nacimiento del principio hasta la continuidad de los milenios.
Has estado ahí, silenciosamente, eterna, alumbrando eternidades.
Cinco mil millones de años en el tiempo. Nos unen distancias remotas
y lejanías-luz detrás de las esferas. Oh, inmensa lumbrera: los
siglos y el infinito constelado te retienen y te abrazan entre sus
venas cósmicas de luz, y yo, esta noche, te saludo con mis versos.
En tu corazón gravita la procesión del tiempo y los secretos y
misterios de los mundos. Oh, testigo muda de otros tiempos y del día
sin hora de este tiempo. Desde tu morada celeste transcurren los
siglos sobre danzas de distancias y milenios. Esta noche nos
aproximan inmensas lejanías. Tu luminosa blancura redonda de
planeta, entra por mi ventana con el distante y cercano resplandor
de tu blanca poesía. Salud, astro de Dios, ¡salud!
Luna blanca de luz, satélite de la tierra.


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Poema Luna blanca redonda - César Lacayo