Camino de la
Fuensanta
los dos desposados van
a hacer decir una misa
en aquel sagrado altar.
Suben y suben con pena;
mas suben sin descansar;
que ya la aurora, de plata
bordando el Oriente está.
Vestidos van de romeros,
que fue promesa formal,
si la Virgen con un hijo
premiaba el paterno afán
embarazada va ella,
y de muchos meses ya;
mas no sabe a punto fijo
cuándo ni qué parirá.
Y quiere ver a la Virgen,
quiere a sus plantas rezar,
quiere aprender en sus ojos
la suerte y felicidad
de aquello que en sus entrañas
está oyendo palpitar.
Y suben, suben con pena;
mas suben sin descansar:
la romera va descalza,
descalzo el romero va.
Llevan rosarios benditos
con las cuentas de coral
al cuello, y en cada mano
un encendido cirial:
la romera va delante,
y el romero va detrás,
el alma puesta en el cielo,
la fe grabada en la faz.
Y suben, suben con pena;
mas suben sin descansar.
Vuelven por fin una cuesta
que sobre la vega da,
y ven que, allí, rodeada
de trémula claridad,
en carne y forma mortales
la hermosa Virgen está.
“Santa Virgen, santa Virgen,
rica fuente de bondad,
decid: ¿será niña o niño
lo que de mí nacerá?
Y si es niño, ¿será cura,
mercader o capitán?
¿Será noble, será obispo,
será duque o cardenal?
– No será, dijo la Virgen,
ni cura, ni capitán,
ni noble, ni mercader,
ni duque, ni cardenal;
será un ángel de los cielos,
que a mi lado cantará.”
Y es fama que la romera
parió un niño celestial,
que al nacer cerró los ojos,
partiendo a la eternidad.