Lope de Vega cuenta, por medio de un romance en boca de Abindarráez, cómo Don
Rodrigo rindió al moro cuando este iba camino de sus bodas Abindarráez a Jarifa
Llegó a Cartama Celindo
Con tu carta cuando estaba
El sol inclinado al Sur,
Pardo y triste, y no sin causa.
Leíla, beséla y dile
Albricias de mi esperanza,
Que se perdió en el ausencia
Después de llena de canas.
Vestíme, hermosa señora,
Colores, plumas y galas,
Que un alegre pensamiento
Con todas tres se declara.
Bajé a nuestra huerta antigua,
Y despedíme en voz alta
De los árboles y flores,
De las fuentes y las aguas.
Diles mil abrazos tiernos,
Y ellos también se inclinaban
A darme para ti muchos,
Que aun tienen alma las plantas.
Puse al estribo las mías
Sin el arzón, y a la casa
Le dije volviendo el rostro:
?Piedras, Jarifa me aguarda.
No sé si me respondieron,
Pero sentí que sonaban
Por largo trecho las fuentes:
O era envidia o tu alabanza.
Esta, por todo el camino,
Jornada, aunque breve, larga,
Iban alternando a veces
Entre la lengua y el alma,
Cuando de unos robles verdes
Entre pálidas retamas
Oigo relinchos y voces,
Y alzo la lanza y la adarga.
Pero al punto estoy en medio
De cinco lanzas cristianas,
Mas sin soberbia te digo
Que eran pocas otras tantas;
Y quizá porque eran pocas,
Trajo luego mi desgracia
Otras tantas de refresco,
Y una, la mejor de España:
Este fue el alcaide fuerte,
Si sabes su nombre y fama,
Que es de Alora y Antequera,
Y estaba puesto en celada.
Apartó sus caballeros
Desafióme a batalla
Como caballero fuerte,
Cuerpo a cuerpo en la campaña.
Como era fuerza, acetéle
Y ansí con la luna clara
Comenzamos nuestra guerra
Jugando las fuertes lanzas.
Y pues al fin me venció.
No me alabo; decir basta
Que tenía tres heridas
En brazo, muslo y espaldas.
No me las dieron huyendo
Pero quien con diez batalla,
También sospecho que tiene
En las espaldas la cara.
Don Rodrigo de Narváez,
Que así el alcaide se llama,
Me prendió, y llevaba a Alora
De sus diez hombres en guarda,
Cuando, viendo mi tristeza,
Si le contaba la causa,
Me prometió dar remedio
Y ansí fue justo contarla:
Que hizo el cristiano conmigo
Esta gentileza extraña,
Con sólo mi juramento,
Porque le di la palabra
Que dentro el día tercero
Volvería a Alora sin falta
A ser su preso y cautivo.
Mira si es justo quebrarla.
Y mira, mi bien, si debo
Llorar mi suerte contraria,
Pues le he de llevar el cuerpo
De quien tú tienes el alma.