Un día oí unas voces que venían de afuera.
Por fin voces de afuera, pensé, voces de otros
que llevan la luz dentro y que la dicen,
que me llegan del aire y no de mí.
Voces que al acercarse eran susurros.
Pasos que se pararon delante de mi puerta.
Alguien dijo: Aquí yace, como si lo leyese.
Callaron los demás.
Una voz me llamó: Lázaro, dijo,
Levántate y anda.
Yo la reconocí pero fingí no oírla.
Me acordé de Jonás. Me quedé quieto.
Pensé: Preferiría
no hacerlo, no salir nunca de aquí.
Conozco demasiado bien el mundo.
Allá afuera, lo sé, acecha el mal amor,
su amarga miel, su engaño, su amenaza.
Levántate de ti. Sal de tu tumba.
Pero yo detestaba los milagros.
Y además le tenía
demasiado cariño a mi vida de muerto.
Dejé pasar los años. Ahora espero
una voz que me llame, que me diga
lo que tengo que hacer, lo que deseo.