Las sanjuaneras

A occidente las palomas
en bandadas pasan ya,
como heraldos veraniegos
de la aurora tropical.

Remontadas, en la calma
de la etérea soledad,
sus menudas manchas negras
tonifican la vivaz
explosión de azul de leche
que decora cielo y mar.

Y en la urbe consagrada
a Domingo de Guzmán,
las cofrades del Bautista
– bellas magas de hora tal –
a cumplir tradicionales
ceremonias, leves van.

Sol oblicuo, del naciente
se complace en alfombrar
con tapices de oro mate
su sendero matinal.

Y dejando atrás los muros
de la histórica ciudad,
y atrechando buen espacio
de un camino vecinal;

aunque consta que en su día
muy dormido está San Juan,
evocarle es necesario
con la copla de ritual:

– Desde el higuerito
hasta el naranjal,
buscando venimos
al señor San Juan.

Ni el parece, ni responde;
y sin él, se traen de allá
varas húmedas de higuero
y puchitas de azahar.

Y ora empieza la femínea.
inocente bacanal;
las maracas, como tirsos,
como foro, la Amistad ;

un instante volandero
como puente del cantar,
y una danza, como aéreo
don a la hospitalidad.

Son las mozas más garridas;
el encanto y calidad
de la urbe melancólica
y del sueño colonial.

De refajo todas ellas,
sirve en grande a denunciar
la pureza de unas curvas
tentadoras por demás.

Que descienden ondulando,
pero que solivia audaz
de la breve zapatilla
el muy corto valladar.

Entre el seno erecto y combo
y el ambiente, sólo hay
el encaje y la blancura
perfumada del holán.

Y anudado a la garganta
el finísimo foulard;
con tal garbo, que del nudo
forma un pétalo floral.

En el par de trenzas luengas,
una rosa a cada par,
rosas blancas, rosas rojas,
vivas, más que en el rosal.

Hechas a las asperezas
del librillo de rezar,
o a la cuenta de las cuentas
del rosario vesperal;

son sus manos – afiladas
y carnosas además –
como flores de molicie,
de afelpada suavidad.

Cuando no en la luz serena
y silente del hogar,
a la lumbre tamizada
de la amplia catedral,
son los rayos de sus ojos
la reversibilidad
de los lampos que se sorbe
el policromo vitral.

No turbada por pasiones
de rabioso tumultuar,
es su risa la sonrisa
de la Inefabilidad.

Y aunque junte lo devoto,
su tibieza a lo sexual;
tiene formas opulentas
su virgínea castidad.

De ellas no hablará la Historia;
pues no son ni lo serán,
ambulante articulado
de algún código penal.

Son perfume: ¡y ya se sabe!
después de aromatizar,
el perfume se disuelve
como un bólido fugaz.

Y las dulces sanjuaneras,
peregrinas de un ritual,
bravamente peregrinan
con su danza y su cantar;

y tan sólo tocan treguas
cuando sube el astro a la
coruscante apoteosis
de la pompa cenital.


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Poema Las sanjuaneras - Gastón Fernando Deligne