Verde luz y heliotropo en los amplios confines…
El cielo, paso a paso, deviénese incoloro;
En la fuente decrépita iza un iris canoro
La escultura musgosa de los cuatro delfines.
Suena, de roca en roca, sus cándidos trintrines
La vagabunda esquila del rebaño, y en coro,
Ante Dios que retumba en la tarde, urna de oro,
Los charcos panteístas entonan sus maitines.
Y a grave paso acuden, por los senderos todos,
Gentes que rememoran los antiguos éxodos:
Mujeres matronales de perfiles oscuros,
Cuyas carnes a trébol y a tomillo trascienden,
Ostentando el pletórico seno de donde penden
Sonrosados infantes, como frutos maduros.