Amé al adolescente.
Lo separé del viento en el que iba,
Del mar en el cual era la ola, la espuma,
El ondear sonoro.
Lo amé con el horror del ahora,
Con la piedad instantánea del que no comprenderá nunca,
Con la sorpresa del nonacimiento.
Amé al adolescente, sí, pero sus ojos
Habían detenido al sol en una noche infinita.
Su cuerpo se había arrojado al abismo con el mío
Hace un millón de años, en las cavernas de Uría.
Sus dedos de niebla habían tocado la mitad de mi rostro
Un instante, y el mundo ya no fue.
Ya no fue ni siquiera la otra mitad de mi rostro,
Sino el adiós en la blancura, en el corazón de la noche.
Fue el resplandor del océano, la solicitud tranquila del abismo,
El ritmo cantante de la sencillez.
Era el silencio, su voz era el silencio.
Y su nombre, como el silencio, no tenía nombre.
Estaba delante de mí, y yo no lo veía.
Me hablaba desde su aparición, y yo no podía contestarle.
Era la muerte y yo iba cayendo con él, en un caer callado.
Estoy muerto desde entonces.
Estoy frente al espejo desde entonces.
¿Quién me creerá? ¿Quién se atrevería?
Sólo yo sé, sólo yo, sin rostro, sobrevivo,
En este estupor al que llamo pensamiento.
Amé al adolescente.
Lo demás, lo demás no puede describirse.