La misa nueva

Et suscitabo mihi sacerdotem
fidelem.
REG. L. I,
CAP. 2, VERS. 35.

¿Quién se adelanta modesto y tímido
Cubierto en veste fúlgido-cándida
Al tabernáculo mansión terrena
De Adonaí?

Es Juan, oh fieles; es el mancebo5
Que por los trámites marchó del justo
Y entre los ímpios guardó sin mácula
Su corazón.

Es… ¡Oh! prostraos: l’arpa de Sólima
Suena del templo ya por las bóvedas,
Ya Levi entona gloriosos cánticos
A Jehovah.

Prostraos, fieles, y vuestro espíritu
Y vuestro acento juntad al místico
Cantar del vate que oyó la ínclita
Hija de Sion.

Y al Dios ahora cantad benéfico
Que vuestros días colma de júbilo,
Que del amado pueblo no olvidase
En su penar.

¡Ah! no le olvida y un hijo escógese
Entre sus hijos a cuya súplica,
Cuando en los áridos campos marchítese
La dulce vid,

Romperá el seno de nubes túrgidas
Y hará de lo alto descender pródiga
Lluvia, que el pecho del cultor rústico
Consolará.

Un hijo escógese cuyas plegarias
Tornarán mansa la eterna cólera,
Cuando ceñido de piedra y rayo
Asolador,

Sobre las alas del viento lóbregas
Volará el Justo contra los réprobos
Y so sus plantas truenos horrísonos
Rebramarán.

Bien como el Arco señal de calma
Que de los montes la yerma cúspide
Une a las altas salas esplendidas
Do mora el Sol;

Así él la tierra mansión de angustias
Juntará al trono del Dios ingénito
Y humanas preces bondoso el Numen
Escuchará.

Él, cuando presa de genios túrbidos
El orbe gima triste agitándose
Y en negros odios ardan los ánimos.
Y ansia de lid,

La ley de vida mansa y pacífica
Dirá que el Cristo dio a los Apóstoles
Y a los mortales en santos vínculos
Hermanará.

¡Oh! de su labio las infalibles
Dulces promesas ¡cuán grato bálsamo
Llevan al pecho del que sin mácula
Siempre siguió

De la justicia las sendas ásperas!
Y ¡oh! ¡cuál le colma de dicha célica
El pan angélico que sus purísimas
Manos le dan!

Pero de duelos nuncio terrible
Será y de penas y ayes sin término
Para el protervo que apacentose
De iniquidad;

Para el frenético que allá en su rabia
“No hay Dios” dijera, y al hombre mísero
De un Dios imagen cual fiera líbica
Encadenó,

Bajo sus plantas cual cieno fétido
Le conculcaba, reía bárbaro
De sus lamentos, y con su sangre
Mató la sed;

Y ¡mal pecado! cubrió sus crímenes
Con velos santos, fingiose méritos,
Mientras que el ímpio no conocía
Ni Dios ni ley.

¡Señor! ¡conviértele!… Nuestras plegarias
Une a las tuyas, oh sacerdote,
De los perdones celestes nuevo
Dispensador:

Unelas, cuando del sacrificio
En los misterios incomprensibles
Velado en gloria vendrá a tus brazos
El Hombre-Dios.

A su presencia del arpa armónica
Callan las cuerdas: el sacro cántico
Levi suspende, y humilde póstrase
El pueblo fiel.


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Poema La misa nueva - Manuel de Cabanyes