Entre los dos – uno
Que no nadó nunca y esperó en la orilla,
Y una que nadó entre campos de ahogados
Y naciones de algas para abrazarlo –
Hay ahora
Algo a lo que no atinan a darle un nombre
(cubre de polvo el camino de piedras blancas
E inclina con su peso las ramas
Hasta obligarlas a tocar el suelo).
Ayer
Tenían la mirada puesta en un sol remoto
Y sus pies pugnaban por abandonar el suelo;
La carne se les volvió vidrio, se hizo trizas,
Un niño recoge los pedazos, se lastima.
Este lugar que fuera de ellos
Esel actual desierto en el que se extravían;
Lo que los separa desde hace un momento
Dura ya siglos.
El niño
Se mira la mano,
Grita.
Afuera la noche respira,
Parece una ballena cansada.
En el cuarto,
El Juicio se abre:
No mataste pájaro alguno,
De tus labios no salió jamás
Maldición alguna contra la lluvia;
No es suficiente,
Te faltó arribar, por ejemplo,
Una tarde a Estambul,
No encontrar a quien debía esperarte en el puerto,
Andar por un laberinto de calles
Repitiendo a gritos un nombre,
Acabar en una cama de pensión y tener sueños
De tejas rotas, de cigarras muertas,
De mercados en llamas.
Y también
Descender por una ladera escarpada
Hasta el estrecho valle
Donde las aguas se juntan
Y, entre olas de amor, de odio, de pena,
De duda. de desesperación,
De angustia, encontrar por fin una llave
O un nuevo nudo de sogas.
Afuera
Cada cosa se abandona a un ciego azar,
Cada ser entra descarnado al olvido.
Adentro, una aguja fina
Penetra la débil defensa de quien escucha,
Interesa su centro,
Lo perfora.