Me miras desde una foto
(que dejaste tirada al marcharte).
Qué hermoso, mi amor…qué lindo.
Allí nos vemos unidos y sonrientes…como antes.
Como cuando acariciábamos entre los dos al hijo…
Ese hijo que hoy se ahoga en un maldito mar de lágrimas.
Mi cabeza se apoya en tu costado.
Estoy viva. Estoy feliz…
mientras aspiro ese perfume que creía que usabas para mí.
Desde la noche a la mañana
olías a jazmines del valle, y era dulce
dormirse al calor que desparramaba tanto aroma.
Sí. Ya sé. Vos me dirás que es tan sólo una foto.
Un inmortal momento de mutuo arrebato
que alguien nos robó.
(Pero no fue cualquier fotógrafo)
(Ese alguien fue nuestro hijo, inocente,
tratando de guardar aquel instante).
Y esta noche que la miro…
– con mis ojos enturbiados por la locura de sufrir tu ausencia –
…lo descubro. Todo.
O casi todo. No sé.
Veo que tus ojos no sonríen a la par de los míos
y que desde tu boca
se destila una amargura que aquel día no noté.
Entonces te imagino de frente y me pregunto
Sobre el por qué de tamaña tristeza.
Ya estabas con ella.
Y me cuestiono esa sonrisa inocente que partía mi boca.
Cómo no me dí cuenta de que estabas sufriendo.
En lugar de sonreír….debí haberte abrazado
muy fuerte. Con amor. Con entrega.
Es de noche. Siento que me aliviaría romper esa foto.
Pero seguiría su dibujo ilustrando memoria.
Entonces la doblo. La guardo.
O la olvido.
Haga lo que haga…todo será igual.