La beneficencia

Ángel radiante en el Edén creado,
Dulce consuelo al humanal gemido,
Plácido orgullo de las nobles almas,
Yo te saludo.

No a ti los hombres religioso incienso
Píos tributan y fragantes flores,
Bien que tu nombre por falaces lenguas
Sea ensalzado.

Eleva en tanto al opresor cruento
Soberbio altar la adulación cobarde
Y al ciego error el fanatismo inmola
Fiero holocausto.

Beldad voluble con falaz ternura
Tal vez usurpa la veraz ofrenda
De amante pecho, que en acerbo lloro
Baña traidora.

Ídolos crea a su placer el hombre,
Y patria, amigos, bienestar, conciencia
En torno arrastra del indigno templo
Tumba a su fama.

Uncido el siervo cual si bruto fuera
De atroz caudillo al insolente carro,
Calla, y ni aún osa maldecir su horrendo,
Bárbaro triunfo.

Y el ronco son de la guerrera trompa
Tu grito ahoga, desolada madre,
Y en vano al cielo tu clamor envías,
Huérfano triste.

El torvo Genio de la infanda guerra
Roba al amor la voluptuosa danza,
Y canta el pueblo que verter debía
Ríos de llanto.

¡Dios de bondad y de fraterna sangre
Te brinda el hombre el infernal tributo,
Y el himno impío de feroz victoria
Suena en tus aras!

¡Tanto el engaño, la codicia, el miedo
Al corrompido corazón humano,
Y la ignorancia y la fatal discordia
Tanto envilecen!

Ya no hay pasión ni detestable vicio
Sin pingüe ofrenda, sin ardiente culto;
¡Y nadie a ti, Beneficencia santa,
Nadie te adora!

¿Será tal vez que al afrentoso imperio
Del oro infausto sometido el hombre
Seguir de Astrea te ordenó la triste,
Prófuga planta?

¿Cómo dudarlo cuando en balde llega
De altivo prócer al cancel dorado
La inope virgen si a lasciva llama
Cierra su pecho?

¿Cómo a mirar el sobrecejo altivo
Con que desoye del anciano débil
El ruego humilde y los dolientes ayes
Mozo liviano?

¿Cómo dudarlo quien lloroso vea
A todo un pueblo en la miseria hundido,
Y al hambre insana disputar el crimen
Víctimas tantas?…

¡Ah! no. ¿Qué digo? Caridad ferviente,
¡Salve otra vez!; que los humanos valles
No para siempre abandonó tu influjo,
Don de los cielos.

No a mí tu grato, predilecto albergue,
Bien que no sea renombrado alcázar,
Se oculta ya, ni en tu loor mis votos
Vagan perdidos.

En vano ya la hipocresía, en vano,
Robando artera tu sagrado nombre,
Ante mi vista mostrará su impía
Máscara infame.

Quien ve, Dorila, tu mansión callada,
Tu afable rostro, tu virtud sencilla,
Su velo sabe arrebatar al negro,
Pérfido monstruo.

De ti, Dorila, el impostor aprenda
Que no se cura de servil lisonja
Ni en vano alarde la virtud se halaga
Cándida y pura.

Dentro del alma el bienhechor encuentra
Mayor ventura, galardón más alto,
Y el hombre inicuo su mayor verdugo
Dentro del alma.

¡Ay, cuántas veces a piedad mentida
Estatuas funde y edifica altares
La ilusa plebe, y en el lodo al justo
Sume iracunda!

Tú más hermosa y duradera palma
Allá en el reino de la luz espera,
Si acá la fuerza, la falsía, el oro
Triunfan y ríen.

Tú, a quien no es dado con enjutos ojos
Penando ver al oprimido, al pobre;
Y nunca es solo compasión estéril
Dádiva tuya.

Tú, que no sientes criminal hastío
Si oyendo el ay de miserable viuda
Pisas tal vez con generosa planta
Rústica choza.

Rústica choza para ti más bella
Que el áureo techo y el tapiz de Oriente,
Do nuevo brillo a tu preclaro nombre
Dan tus virtudes.

Y no en el ara de imitar al cielo
Sagrados votos proferiste un día,
Ni el albo seno de engañosa cubres,
Áspera jerga.

No la virtud en aprendido metro
Sabes cantar, ni el anatema horrible,
Rayo eternal, con espumoso lanzas,
Cárdeno labio.

A ti y a Dios que el corazón sondea
Más gratos son tus eficaces dones.
Ellos te afianzan eternal corona,
Júbilo inmenso.

Ni austera tú la sociedad esquivas;
Que en ella vives de esplendor cercada,
Y aún besa ufano tu serena frente
Céfiro blando.

Y enciende amor con sus ligeras alas
La hermosa lumbre de tus negros ojos,
Y es del amor tu seductora risa
Plácido asilo.

¡Ah! si en las gracias que a natura plugo
Dar a tu rostro tu ambición fundaras,
¿Quién más trofeos al vendado Niño,
Quién le daría?

Mas tu modestia a tu hermosura iguala,
Y tu alma en vano sojuzgar anhela
Diestra lisonja, que en el vago viento
Rápida muere.

¡Cuánto más dulce en tu piadoso oído
Suena la voz que sin cesar tu nombre
Grata bendice y tutelar te llama,
Próvido numen.

Harto al amor y sus fugaces glorias
Suaves acentos consagró mi lira.
Hoy tu clemencia sublimar al cielo
Séame dado.

Lo sé, no es digno de tan alto asunto
Mi rudo canto, ni quizá lo fuera
Tu plectro mismo que inmortal florece,
Píndaro excelso.

Mas un altar mi corazón te erige,
Alma Piedad, si te lo niega el mundo,
Y en él la imagen de Dorila hermosa
Vive grabada.


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Poema La beneficencia - Manuel Bretón de los Herreros