No vengas por la ruta ruidosa
ni por la calle que ya te olfatea, te sabe,
ni a la hora prevista, ni a las tres de la añoranza,
ven en extraño celuloide, ven sin las piernas,
con todos tus poros aplaudiendo el discurso
de un Duce, tu boca, y entera tú, plaza de mayo,
igual a esa gente que tiene los dos ojos
iguales – allí dignidad es memoria
y el rencor un pájaro humano y hermoso
que paga a diario todas las letras de su partitura-.
Por eso, austral maravilla, decía que me los recuerdas,
y que vengas, que vengas a casa perdiendo,
manzanas arriba,
el don pegajoso de la lengua (matrimonio)
el arco fatal que describen los días (miscelánea)
el falso equilibrio que araña lo absoluto (cobardía)
Porque es así:
Tan lento, tan lento deviene lo importante,
tan golfo y falseado entre el tiempo del cuerpo indolente
en sus maravillas y el tiempo del cuerpo espantado
por la ley de las velas,
que es preciso juzgar al día
desde el límite del día,
tomarte como última cena,
y cantarle al mal hasta la ínfima nota.