Qué ingenuo, viejo Hudson, el que creyó
Que iba a hablar de ti y del Rin y del Danubio,
Cuando esta noche he bebido tus metáforas
Como allá enfrente ¿es New Jersey? alguien bebe
Su vodka, su arak, su whisky, el usho de las Cícladas,
El vino negro y espeso de un fuerte mediodía.
El trago de tus aguas que emborrachan lleva
Al centro mismo de tu corriente múltiple:
Cuanto más quito de ella, más le devuelvo.
¿Qué relación habrá, íntimo Hudson, entre tú
Y este río al que veo escurrirse entre los puentes,
Este sí, seguro, de la estirpe del río único del que habla el primer canto?
Cuánto se aclararía y se enturbiaría de saberlo,
Entre un juego del mundo y un juego de palabras.
Pero tenía que engañarte a ti que lees o a ti que escuchas
(¿dónde, en qué lugar correrá ahora, después de escrito,
El poema-río?) para que con menos desconfianza
Me acompañaras a estos movedizos remolinos,
Donde como en el desorden de una sopa de letras
Muchos nombres se asoman y se esconden.
Me pregunto también qué pasaría si estuviera a mi lado
Un poderoso policía, un hombre bueno,
Y tuviera que explicarle todo esto paso a paso,
La intoxicación con agua que no está
Pero que sí, también ella deja su huella en el aliento
Y un andar trémulo y distante,
Es esto ya una experiencia rara en el mundo
Pero igualmente fácil de confundir con otras dilatadas pupilas,
Con otros pulsos alterados, con otras alucinaciones ¿más baratas?
Ni hablar de las secuelas. Crea un hábito incontenible.
En otros tiempos seguramente había quien mataba para proporcionársela
(¿Me escuchas Gilles de Rais? ¿Me escuchas gran Tiberio debajo de la tierra?)
O nunca hubo nadie en ese trance. Ni siquiera alguien que muriera por ella;
Viejo Hudson de la mente, tú que eres su objeto y su riego
Tendrías que saberlo y que decírmelo.
Ya nadie dice “caballo”
Y hay un potrillo nuevo sobre el mundo.
Maldice, bendice, de ahora en más
El pan que lleves a tu boca sabrá a contradicción