El dulce fruto en la cobarde mano
Y casi puesto a la hambrienta boca,
De turbado lo suelta y no lo toca,
Vencido de un temor bajo, villano,
Vandalio; y el Amor, fiero tirano,
Que al alma asombra con sospecha loca,
Mientra la vida deseando apoca,
La hambre cresce y cresce el temor vano.
En tanto, el caro fruto deseado
De la vista al pastor desaparesce,
Y ni comer se deja ni tocarse;
Cuando con un sospiro apasionado
Dijo: “Tal sea de aquél a quien se ofresce
Un bien de que no sabe aprovecharse.”