Eslavo en relación a la palmera
César Vallejo
¿Era el propósito decir algo que no pudiera dejar de hablar
sobre algo
que no se puede dejar de decir? La fama llegada de España
con el frente popular
confunde al que no entiende, obligándolo a ir y venir
con el dedo pegado al palíndroma
de sus cinco sentidos.
Cesa tu corazón agitador, cesa tu inteligencia agotadora,
suspende tu desconcertante lucidez, y deja descansar; por lo
menos
aquí en el recital. Desamortaja la sábana de tu nacimiento,
y que la vaca ya no recaiga sobre el burrito, ni sobre el río
que cruza su Belén
de un par de brincos; como cuando eras unípedo, sublime.
Desamortaja, amortigua, modérate. Tus lectores y amigos
decimos basta ya
de colocar más de lo que hay, allí donde nada puede haber;
abre la mano que ensaya “Las iluminaciones”;
mano libre a mis limitaciones.
Mis huesos me impiden inclinarme más ante la catedral de tu
talante
de tu genio que sólo la química podría combatir.
Y en consecuencia sospechoso, siempre sospechoso de algo
más de lo que hay,
de una timba en la que se intuye la mala tecnología,
el estar viviendo siempre la vida número dos.
Expulga esos ácaros que nadie sobreentiende
y déjame girar sobre la divina suavidad de dos continentes:
en la fábrica de automóviles Tatra acababan de cortar en dos
el aire,
y de crear el complejo manubrio-curiosidad-espina de
pescado,
para enfrentar la gravedad de la era contemporánea
que va encontrando cada vez mejor la vuelta de la esquina de
un verso cifrado,
allí donde pusiste allí donde lo pusiste, impidiéndote rematar.
Me lo digo al administrar mi propio pedacito de tristeza
que espera al que es incauto con su humanidad, y por ello
querido a patadas;
suelta tu mano-vate y que el ojo interrumpa la lectura,
y que partan los autos con el motor detrás.
Tatraplanos: acordeones en bohemia. Oh descansa de la
blanca sombra de la Gurrionero: platillo a tu bombo, bombo
a tu platillo,
con cerrazón de piloto a copiloto / tus dedos juegan con la
punta de cada ala,
hasta que ya no sé lo que leo en páginas que transparentan
su revés;
la tinta de tu pluma en mi boca, efervescente, negra y verde:
tóxica
como sólo el bien puede regar esa toxicidad.
Quién te perdonará, me temo que nadie, como tú lo has
querido,
con amor de sermón interminable: el tedio de las seis
al mediodía y moscas en la divina claridad, como punzadas
de artritis en la hombría,
vamos, majo, por qué morir allí si Holanda te esperaba, por
ejemplo,
o los propios montes Tatra en el sur de la sierra de La
Libertad.
Oh la inmovilidad tiene tantos paraderos
y es enojosa, tiene ventanillas con vilo de paisaje: el tuyo
será por siempre la asamblea general, la legalidad frondosa
del
dolor, cuatro en el piso y por el suelo el forro de 600 carteras
de señora, toda esa suavidad evaporada
bajo el rostro sobornable de una madre,
que toma tu codo tieso y te lo hipotenusa
con cuyes de Yanahuara y salchichas de Bratislava.
Este año del aniversario los investigadores encontraron tu
tesauro;
una bolsa de vísceras envuelta en la última vez que
golpeamos
después de que ya nos habían dicho que no golpeáramos, que
la próxima vez.
Te interrumpe siempre la dentadura aserrada de los montes.
Suplican que no te estés bizqueando hacia los tártaros
buscando respuestas en los labios
rugosos como siempre, lisos cual jamás:
“César Vallejo ha muerto. ¿Ah sí? ¡Qué vaina!”
Ya no jueves, sino domingo refractado a través de una
esquirla
que es el dedo de un niño en el agua
en la que ha jurado no mojarse ya más.