Desgraciados ojos míos
que mirasteis sin recelo
la hermosura donde Amor
estaba, cruel, encubierto;
justo es que, mísero, pagues
tan fatal atrevimiento,
y que resignado sufras
los martirios, los tormentos.
Amor ya con mil cadenas
mi albedrío tiene preso,
y cruelmente le maneja
por donde quiere mi dueño.
Aunque os deshagáis en llanto
no escuchará tu lamento;
aunque gimas y suspires
tu mal no tiene remedio.
Pronto, pues, venga la muerte
y os eclipse con su velo…
Pero no, quizás tus penas
se acabarán con el tiempo.