¿De dónde vosotras? Me cogéis de la mano cuando menos lo espero con vuestra mano ingrávida y a perderse se ha dicho. Así una y otra vez cuando más se clava la espina en el corazón, cuando todo se torna rambla seca, pedregal implacable, pie llagado, vosotras, ¿cómo os llamaré? Palabras, oficio de corazón tenéis, mansas al deseo como un animal que se entrega, vosotras consoladoras supremas, huéspedes del alivio. Tendido como un manto el dolor en el mundo, perezoso como un río sin corriente, erguida la desesperación y sorda la delicia, perdido el paso y la voz sin quejido, de pronto, vosotras, cómo llamaros, palabras sois, aguas sois y todo y más, sosiego y alivio sois, encendimiento sois. Y todo y más. Si digo hermosura del mundo sé que no hago más que entreabrir el postigo a su temblor, y en la carrera abierta al gozo, apenas cubro la primera jornada. Lo que queda es el polvillo de la creación, cuando el espíritu flotaba sobre las aguas y ya estaban escritas las líneas misteriosas, que luego serían palabras, músicas y colores que harían por siempre la vida y la palpitación de cuanto existe.