Había una vez una muchacha
Que amaba dormir en el lecho de un río.
Y sin temor paseaba por el bosque
Porque llevaba en la mano
Una jaula con un grillo guardián.
Para esperarla yo me convertía
En la casa de madera de sus antepasados
Alzada a orillas de un brumoso lago.
Las puertas y las ventanas siempre estaban abiertas
Pero sólo nos visitaba su primo el Porquerizo
Que nos traía de regalo
Perezosos gatos
Que a veces abrían sus ojos
Para que viéramos pasar por sus pupilas
Cortejos de bodas campesinas.
El sacerdote había muerto
Y todo ramo de mirto se marchitaba.
Teníamos tres hijas
Descalzas y silenciosas como la belladona.
Todas las mañanas recogían helechos
Y nos hablaron sólo para decirnos
Que un jinete las llevaría
A ciudades cuyos nombres nunca conoceríamos.
Pero nos revelaron el conjuro
Con el cual las abejas
Sabrían que éramos sus amos
Y el molino
Nos daría trigo
Sin permiso del viento.
Nosotros esperamos a nuestros hijos
Crueles y fascinantes
Como halcones en el puño del cazador.