Náufraga flor, exiliada víscera, Malagua a merced del oleaje,
blando cristal que el mar expulsa como a un cáncer. En la espuma
de su sueño revolcada, bajo el ciclo de azoro que los niños sostienen
al contemplarla con un temblor sagrado. “Tal un beso de muchacha
núbil, es la quemadura de Malagua” – dice, al pasar, un arponero-.
Pero la flotante cándida no admite más brasa que su transparencia,
ni más celaje que el de su cúpula irisada en el agua de la noche.
“Esperma de ángel”, la llaman los pescadores de coral y madreperla.
De ahí su fuego interno, su voluptuosa flaccidez de bailarina seminal,
vejiga divina entre las olas: Sulamita oceánica. Nada más sublime
que morir abrasado en tus labios, Malagua, amándote hasta el linde
del relámpago. Nada más atroz que observarte después, ultrajada,
saturada en la rompiente, flor de pánico en el hocico de los perros.