Nunca os he conocido… Nunca supe
Cómo eran vuestros rostros, cuáles fueron
Los sueños que acuñábais en la vida
Que se os fundió de pronto. Soy de aquellos
Herederos del pan hijo del trigo
Que abonásteis ayer con vuestros cuerpos,
De los que no han cavado una trinchera,
De los que no han llorado un bombardeo.
Nunca os he conocido y ahora mismo
Me pesan más que a nadie vuestros huesos
Y siento penetrar vuestras ausencias
Como dientes helados de un invierno
Que castiga mi carne
Soy de aquellos
Que no estaban aún, pero yo afirmo
-españoles del polvo y del silencio –
Que he estado entre vosotros desde siempre
Cubriendo con mi canto vuestros huecos.
Luchábais con un himno en la garganta
Para olvidar los ojos de los muertos
Y armábais de esperanza los fusiles
Para abrir un futuro a sangre y fuego
La vida no tenía otro destino
Que arder – firme – en el ara del estruendo
Y averigüar el sexo de la muerte
Entre algodones de óxidos sangrientos.
Vuestra vida fue un cirio intrascendente,
Una llama y no más del gran incendio
Que inflamó cada palmo de esta tierra
Nacida del azufre del infierno.
¡Morir era la vida…¡ ¡Morir!
El universo
Era una nimiedad, un accidente
Que podía vencerse con los dedos.
¡Tabla rasa de todo! Un paso al frente
Y la vida rodando por el suelo…
Un tambor al redoble, una bandera
Alzada, como un grito, contra el viento,
Bastaban para unir en un latido
Mil corazones y un solo deseo.
Después, el holocausto. Muerte…
Luego
Un sol de paz fundió las bayonetas,
Volvieron del silencio los jilgueros
Y ya no fuísteis mas que gloria oscura
Amontonada en el desván de un pueblo.
Nunca os he conocido… Ahora soís sólo
Polvo en el polvo gris, bajo este cerro
Que, a racimos de flores, va olvidando
Que sostiene en su lomo un cementerio.
Y oigo gemir al viento vuestras cruces
Como miles de Cristos irredentos:
“Juan… dieciséis del diez del treinta y siete”…
“Pablo, Antonio, Guzmán”…
¡Ya soís el tiempo!