Con algo de niebla marina y unas cuantas ramas de nogal nace la cebra fantasma:
En los ojos espuma fría, y en las entrañas barro deshecho de las marismas.
Pasta cerca de las playas, dejando un rastro de humedad.
Dada su proverbial timidez, son pocos los que han conseguido verla,
Y de ellos menos aun sabrían describirla con precisión,
Pues es frágil y evanescente como el aire.
Su esperanza de vida es corta: al poco tiempo entra de nuevo en la niebla que le dio cuerpo y se disuelve en ella,
Dejando sobre la hierba un haz de leña que los pescadores utilizan para calentarse.
De noche, encienden hogueras y se envuelven en mantas, y es entonces cuando,
Proyectada contra la espiral de humo, se dibuja por un instante la silueta de una cebra,
Un fantasma inquietante que duda y tiembla – pero es el humo – antes de desvanecerse
Para siempre en el aire y la noche circundante.