Si en la hora más quemante de mi vida
yo hubiera encendido, por lo menos,
la orilla de tu corbata…
¡Todo sería distinto!
Pero no lo permitiste -¿Recuerdas?
y entonces fui, como jamás lo he sido,
una desesperada.
Guardo tu palidez esquiva
y los ojos que no iban a entregarse
aunque acabara el mundo.
Después algo me hiere no sé dónde
y me ahogo y respiro soledades
y estoy metida hasta los huesos
en un laberinto.
¿Cómo logré salvarme?…
Porque yo olía a flor
-en la hora más ciega de mi vida-
y lo único que deseaba intensamente
era caer sobre tu cuerpo como una flor.