Esa,
la de la esquina púrpura,
no podía ser una mujer.
Tenía las piernas congeladas,
duras,
como si sangraran aire,
como si fueran invulnerables
al lamento de los niños
y a las heridas de las palabras.
Parecía estar dormida…
(Pero los fantasmas no duermen.)
Parecía querer amar,
amar a alguien o a algo…
(Pero ya nadie sabe de esas cosas.)
Parecía una mujer,
y hasta era ciega y venenosa
como una mujer….
(Pero las mujeres tienen antídoto.)
Esa,
la de ojos color marihuana,
la de alas de relámpago
y navajas en vez de labios,
llevaba en el bolso
los mejores silencios que he escuchado,
las más graves ilusiones que he tenido.
Si mi corazón no fuera parapléjico,
le hubiera amado incompasivamente…
(Pero nos hubiera estorbado.)
Por eso perdí la memoria
y dejé que me dejara después de dejarme
el alma pintarrajeada de labial
y la voz
humedecida por el jugo de su muslos.
Esa,
la que me mató hacia fuera,
calló la noche en todos los idiomas
y modeló la arcilla de la gloria en mis propias manos,
mientras yo ascendía
a sus senos victoriosos
mamando soledad.