I
Puedo ser polvo en el polvo
y alzarme como la luz
con esto me bastaría
si no me miraras tú.
Puedo estar vivo en una tarde,
muerto por la eternidad.
¡Ah, que feliz yo sería
si no fuera tu mirar!
Si no fuera tu pedir
a mi puerta una limosna
que oculta fiesta en mi casa,
que lecho dulce de sombras.
¿Quién eres que así me exiges
lo que no está en mi poder?
Déjame oscuro gozar
la pobreza de mi ser.
¡Ah, la nada que tendría
mi secreto renunciar!
Si no me miraras tú,
si no fuera tu mirar.
X
Hay una gota en el mar
que es la que está sustentando
su masa verde y amarga,
la opulencia de su llanto.
En el fuego hay una chispa
que es la que está alimentando
como la envidia de un oro
en otra parte llameando.
Hay un soplo entre los aires,
en la levadura un grano,
tiembla en el todo una nada
que es lo que estoy deseando.
XII
Algo le falta a la tarde,
no están completos los pinos,
y yo mirando a las nubes
siento lo que no he sentido.
A cada instante pregunto
por el tesoro perdido
cuya sombra se desplaza
con melancólico frío.
Mirándome está el deseo,
nocturno, solo, infinito;
callada va la nostalgia
llameando eternos vestigios.
No llega nunca mi gesto
a la tierra del destino;
la vida acaba inconclusa,
quedan los sueños en vilo.
XIII
De todo puedo despojarme
más no de mis fieras palabras
ellas me siguen hasta el polvo
y sólo ellas me acompañan.
Extraño amor el que me une
con esas amantes veladas
que viven por mí y yo por ellas
sin otro premio ni esperanza.
Que se alimentan de mi noche
y su deseo es mi sustancia
porque son criaturas carnales
y yo tuétano de su raza.
En el mar oigo sus gemidos
de Antígonas mal sepultadas
y en el fuego miran terribles
como Eumenides aplacadas.
Mi justificación está
en las descargas de su gracia.
Confiado me duermo en sus brazos
ellas guerrean mis batallas.
Y cuando enmudezca, en mi cuerpo
se quedarán amortajadas.
XX
Dime por qué nos fascinan
los paisajes de la tierra,
y qué consuelo reencontrarlos
en su luz perecedera.
Tengo en el alma un espacio
lleno de dicha serena
para unos valles velados
del misterio de unas sierras.
Colgando al lúcido abismo
está un monte de violetas
y surgen las blancas torres
de una ciudad en la niebla.
Estoy gozando sin fin
mi bahía verdadera,
mientras los santos colores
de la distancia me ciegan.
Dime porqué si la muerte
sobre ellos señorea
con su mirada nos curan
los paisajes de la tierra.
XXIII
Materia, madre, mar, María,
nombres que vienen del origen
llenando el sabor y el sentido
de un mismo jugo en sus raíces.
Materia que es la madre pura
tendida a parir lo que existe,
místico sueño de inocencia
recogiendo las formas vírgenes.
Mar hecho del agua del caos
y del esplendor de los límites,
regazo amargo de María
para el que nos hizo partícipes.
Lávenos bramando la mar
como una madre al hijo triste,
y en el seno de la materia
María matinal nos guíe.