Con la señorita Milena Josenká, tienen a bien invitar a Ud. y a su
distinguida, etcétera.
Aunque lo principal es que Franz haya dicho que no quiere prole.
Se comprende, también, su horror a las flores: le traen un recuerdo
tan malo del porvenir.
La ceremonia se habrá de celebrar en un tranvía.
Franz ha comprendido lo que Milena sacrifica: Milena entiende lo
que significa para Franz la tranquilidad.
O querer, por ejemplo, lo siguiente: la frialdad.
De no poder asistir ningún amigo, la ceremonia habrá de celebrarse,
puesto que es inevitable, en la Selva Negra.
Acudan, por favor.
De hecho, ciertas celebridades ya han dicho que sí: Bertolt Brecht
ha dado el visto bueno y el poeta Franz Werfel, de quien
se dice sería incapaz de abandonar a su tocayo.
Sólo, por desgracia, el poeta Federico García Lorca no podrá asistir.
Al recibirse la noticia y ante el estupor de la concurrencia, uno se
inclinaría a suspender la boda.
Todo presagiaba algún percance.
Pero es que Franz temía tanto dar la vuelta: a qué negarse cuando
aquello era más bien algo pulmonar.
O es que a alguien se le podría ocurrir pensar que Franz no sabía
que en veinte años la tuberculosis no sería más
que una enfermedad del pasado.
Que en veinte años un golpe de viento repentino contra una flor
no podría alterar el azogue insostenible del reposo.
Sinceramente – y Milena lo supo-, Franz no concibió otro heroísmo.
No se podrá negar que se mostró valeroso por los pasillos camino
del altar.
O fue en la Selva Negra aquel encuentro: tampoco
hubo de asistir la Señora Milena.