Así tornaba yo de los pensiles
de mis años floridos, contemplando
cómo aquellos quiméricos abriles
vinieron y se fueron tan callando.
Soñando entré en mis años juveniles;
soñando los pasé; salí soñando…
y al despertar entonces me veía
solo, en la noche de un soñado día.
Detrás de mí, cerrada y misteriosa
quedaba, ya distante, una arboleda,
cuyas ramas mil veces cariñosa
meció para arrullarme el aura leda…
¡Era mi juventud! – Triste y oscura,
como negra alameda
plantada entre una y otra sepultura,
ya al lejos la enramada aparecía…
¡Allí quedaba la corriente pura
que bullir entre céspedes veía;
allí la senda abierta entre las flores;
allí la sombra que gustar solía,
y el trino de los tiernos ruiseñores;
que nunca más ¡ay triste! ¡escucharía!…
La edad cruel en tanto me empujaba
por áridos senderos:
-¿Adónde caminaba?-
¡Sólo el recuerdo inútil me quedaba
de mis años primeros!
¡El recuerdo no más!… -¡Oh vil memoria,
cómplice fiera del ajeno olvido!
¿Qué me valía la pasada historia,
si era ya el corazón desierto nido?
¿A qué hablar de las aves pasajeras,
que huyeron hacia nuevas primaveras
al árbol en que ayer su amor cantaron?
¡Qué valen a las áridas praderas
las flores que sin fruto se secaron?
¡Fueron ¡ay! mis estériles venturas
leves nubes del cielo,
cuyas mudables tintas y figuras
arrastra el aire en su callado vuelo!
Y mis ídolos fueron sueños míos,
que yo, insensato, apellidé querubes;
y a merced de mis propios desvaríos,
mudaron nombre y forma y atavíos,
como a merced del sol cambian las nubes.
Muerto en mi cielo el luminar del día,
borrados de mis sueños los antojos,
huérfano el corazón, solo y sin guía,
breñas y abismos viendo ante mis ojos,
¿cómo arrostrar la pedregosa vía,
cubierta de malezas y de abrojos?
¿A qué existir? ¿A qué tan cruda guerra,
si era un desierto para mí la tierra?
En la dorada copa de la vida,
de grato néctar por el cielo henchida,
no quedaba ya más que la hez amarga
y el veneno fatal de la experiencia…
¿Qué hacer de mi existencia?
¿Vivir… para morir? ¡Imbécil carga!
¿Esperar? ¿Merecer? ¡Atroz violencia!
¡Cáncer cuyos dolores nunca embarga
el bálsamo eficaz de la paciencia!