Veo en ti. No estás hecha de sonidos solamente,
Ni de ideas solamente ni de conceptos. Fuiste hecha
También para nombrar esas penumbras de las imprecisiones,
La ambigua senda que entre la palabra y los hechos
Declara su dominio. Otra proeza tuya, castellano.
Que la eternidad tenga un cuerpo y que podamos
Palpar el peso de una hora en la palabra.
En Persia ciertas oraciones podían mover los astros;
Sólo tú, ahora, puedes convocarlos. Que yo diga pradera
Y la pradera se extienda, como una alfombra sin árboles,
Amarillento cielo derramado de aquí hasta el horizonte.
Que yo diga volcán y que éste brote en la habitación sonora,
Arrancando los pisos e hirviendo los aires y el aliento.
Que diga mar y pise el légamo del fondo
Con los cabellos sacudidos por las olas, todo venido en torno
Sueño líquido, blando peso en movimiento, inconmensurable.
Que diga aire y me eleve o todo hacia algún allá descienda,
Como si cayera la tierra y en el mismo lugar me quedara, solo.
De alguna forma, en millones de bocas,
Lo has abarcado todo, lo has devorado todo:
¿qué otras palabras, como gentes del futuro,
En ti, lengua infinita, allá adelante esperan por nosotros?
Cuáles habrá para nombrar lo que no ha nacido nunca,
Como no habían nacido antes éstas que hablamos.
Si presente es eso que al nombrarlo en ti
Es lo que ha sido, más el mañana de lo mismo, incluso,
Lengua que has sido la de Góngora y es mía,
Usando tus palabras yo te sueño tan eterna
Como la tierra y el aire. A ti, que abarcas por igual
El fuego y el agua y la tierra y el aire.