Locuti sunt adversum me
Lingua dolosa et sermonibus odii circumdederunt me; et
Expugnaverunt me gratis.
Pro eo ut me diligerent, detrahebant mihi: ego autem
Orabam.
Et posuerunt adversum me mala pro bonis: et odium pro
Dilectione mea.
(Psalmo CVIII.)
¿Qué acento poderoso
Hoy se levanta y los espacios hiende,
Y en misterioso vuelo
Desde el sonoro Tíber al undoso
Índico mar se extiende,
Y luego sube a la región del cielo?
¿No la oís? Es su voz; la voz divina
Del sucesor de Pedro, a quien sañuda
Con torvo ceño la maldad combate:
Al resistir el impetuoso embate
De la impiedad, que furibunda brama,
Desde el altivo y fuerte Vaticano
Noble y severa la verdad proclama.
En vano, en vano la falange impía
Que la bandera alzó de injusta guerr
Ahogarla intenta en su furor, y en vano
Con ronca vocería
Quiere imponer sus leyes a la tierra:
Ella vibra sonora como el trueno
En la inmensa extensión del Océano;
Ella, venciendo la traición y el dolo,
Cruza el mundo veloz de polo a polo
Al impulso de un genio soberano.
Mas ¡ay! que al escucharla
Se alzan de nuevo, con furor creciente,
Los que mintiendo libertad aspiran
La Italia a dominar con sus legiones,
Y odio y venganza en su ambición respiran.
Ellos cual fiero, asolador torrente,
Que troncos y peñascos arrebata,
Van derrocando tronos y extendiendo
Su imperio por las míseras naciones,
Y la justicia y el poder vendiendo
Al hórrido tronar de sus cañones.
¡Vedlos, cristianos! Con rencor profundo
Al desigual combate ya se aprestan;
Y en libelo infernal, con torpe mano,
Viles calumnias sin piedad asestan,
Ante la Europa inerte y asombrada,
Contra el piadoso, venerable anciano
Firme sostén de nuestra Fe sagrada.
Hubo un tiempo en que unida y venturosa
Levantábase Italia prepotente,
Con noble ardor corriendo presurosa
Su independencia a defender y el trono
Del sagrado Pastor… Él la guiaba
Por la senda del bien: y entusiasmado
Y libre el pueblo de traidor encono,
Desde los Alpes hasta el mar gritaba:
¡Que viva el sabio, el inmortal Pío Nono!
¡Cuán presto, oh Dios, el tenebroso velo
De lamentable error, la clara estrella
Vino a ocultar que pura fulguraba
De la esperanza en el radiante cielo!
Alzose la maldad, y tras la huella
De su temible planta destructora
La discordia siguió; se alzó potente
La funesta impiedad, y triunfadora
Su estandarte clavó en el Capitolio,
Alentando insolente
Del Pontífice augusto al alto solio.
¡Ay! desde entonces en tremenda lucha
Se agita el Occidente,
Y sólo el grito de ansiedad se escucha
De la madre infeliz, que en duelo insano,
Al hijo de su amor mira espirante,
O en la lid derramando, delirante,
Tal vez la sangre de su propio hermano.
¡Mísera madre! En su dolor profundo
Del mundo en vano protección implora,
Que a los tiranos ¡ay! escucha el mundo
No al que agobiado por las penas llora.
¿Y hemos de ver tranquilos, impasibles,
La virtud humillada, perseguida,
Y por boca de fieros impostores
La santa Religión escarnecida,
La fe de nuestros ínclitos mayores,
Dulce consuelo en nuestra triste vida?
No, no, jamás: alcemos con firmeza
Nuestra voz en defensa de la hollada
Religión, oh católicos, y dando
Al orbe digno ejemplo de entereza,
Cercad, nobles guerreros, la morada
Del Padre de los fieles, perseguido
Por el inicuo, detestable bando…
Que el mundo todo en su redor os vea
Formando un fuerte, inexpugnable muro,
Y antes que vil apóstata o perjuro
Allí cada cristiano un mártir sea.
Y tú, santo Pontífice, que miras
Combatir tu poder; que los errores
Lamentas de tu pueblo y los dolores
Porque del mundo al bien tan sólo aspiras;
Sigue, sigue con firme confianza
Defendiendo los fueros sacrosantos
De la Iglesia de Dios; no la esperanza
Muera en tu pecho, no; que aún la Fe vive
Pura en el noble corazón cristiano,
Y nuevo aliento con tu voz recibe.
No tu constante esfuerzo será vano
Por alcanzar la palma de victoria:
Triunfarás del Averno,
Y el orbe entero al admirar tu gloria
Gracias sin fin tributará al Eterno.