¡Ay! Cuán hermosa, cándida y divina
Brilla en su frente la inocencia pura,
Más alba que la luz que el sol fulgura
Al nacer entre mares de carmín.
Qué blondos sus cabellos aromados
Que en mil rizos descienden por su espalda,
Adornados tal vez de una guirnalda
De azucenas y cándido jazmín.
¡Qué pureza en sus labios sonrosados
Y en sus mejillas de tempranas rosas!
¡Qué dulces sus palabras melodiosas!
¡Qué inocentes sus ósculos de amor!
Te alzas al cielo de placer radiante…
¿Qué deleite sus ojos embriaga
Y qué secreta inspiración te halaga
Que hace latir tu tierno corazón?
Porque esos ojos del azul del cielo,
Brillantes cual la luz de la mañana,
Sin una chispa de fulgor profana
Buscan del cielo la suprema luz;
Porque es un ángel desterrado al mundo
La celestial y púdica Laureta,
Ángel que hiere el alma del poeta
Y hace vibrar las cuerdas del laúd.
Santa inocencia te proteja siempre
Cuando cesando tu dichosa infancia,
Cual puro cáliz de eternal fragancia,
Se abra al amor tu virgen corazón.
Pobre inocente púdica Laureta,
Más pura que el amor de los querubes,
¿por qué sobre sus alas no te subes
A la celeste fúlgida mansión?