Ego sum panis vivus,
Qui de caelo descendi.
(S. Joan. cap. 6. v. 51.)
Mi humilde lira dadme, que en cántico sonoro
De Dios la omnipotencia mi labio ensalzará;
Y el pensamiento en bello, feliz sueño de oro
Cual vagarosa nube al cielo se alzará.
¡Oh, quien del rey profeta el arpa melodiosa
Tuviera, y la fecunda, sublime inspiración!
Mi trova fuera entonces más grata y armoniosa
Que la que entona el ave, dulcísima canción.
Ya lejos del revuelto, inmenso mar del mundo
Embriágase mi alma de místico placer;
Y ardiendo en viva llama de santo amor profundo,
De la materia el lazo intenta audaz romper.
¡Jehová, tú eres la vida!… El alto firmamento
Y la anchurosa tierra se alzaron a tu voz;
Y en el inmenso espacio más rápidos que el viento,
Mil mundos se agitaron de tu mirada en pos.
¡Jehová, tú eres la vida!… El puro sol brillante
Que alumbra de cien orbes la ignota inmensidad,
Es sólo de tu gloria destello rutilante,
Sujeto a tu sagrada y eterna voluntad.
Yo admiro, Dios supremo, tu inmenso poderío
En el sulfúreo rayo, del trueno en el fragor;
En los hirvientes mares, en el sonante río,
En el tremendo empuje del noto bramador.
Y en la callada noche, cuando las auras leves
Los cedros seculares agitan al pasar,
Parece que tu planta en los espacios mueves,
Y el eco de tus pasos figúrome escuchar.
Mas ¡ay! que en vano espero que a mí llegues radiante
Como bajar te viera Moisés al Sinaí:
Conozco no soy digno de ver tu almo semblante…
Mi pensamiento solo volar puede hacia ti.
¡Oh Dios tres veces santo! Y ¿quién tu omnipotencia
Y tu bondad sublime podrá desconocer?
Yo admiro los destellos de tu divina ciencia,
Y humildemente adoro tu incomprensible Ser.
Un tiempo fue que el hombre tus leyes olvidando
Mil crímenes y horrores terribles cometió;
Y audaz, y torpe y ciego, de tu poder dudando,
A impuros, falsos dioses sacrílego adoró.
Mas pronto de tu ira los rayos tremebundos
Lanzaste, y convertidos no más que en polvo vil,
Se vieron los altares, los ídolos inmundos
Que torpe objeto fueran de adoración servil.
Y entonces tu Hijo amado bajó al mísero suelo
Para salvar al hombre del yugo de Luzbel;
Y diole nueva vida, y diole el pan del cielo
Y de salud el cáliz; eterna unión con Él.
¡Oh Dios! Yo reconozco tu gran misericordia
En este sacramento que nos libró del mal:
Él es el lazo fuerte de la feliz concordia
Que existe entre el humano y el Ser que es inmortal.
Y aun cuando no soy digno que a mí llegues radiante
Como bajar te viera Moisés al Sinaí,
A ti raudo se alza mi espíritu anhelante,
Y al ver la sacra Hostia mi fe te adora allí.
¡Señor, por ti fue el mundo!… Mas ¡ay! llegará un día
En que en la nada horrenda a hundirse volverá.
Así la aterradora, sublime profecía
Cual de Daniel los sueños cumplida se verá.
¡Señor, todo lo puedes!… En esa hora de espanto,
Cuando en los aires ruja la ronca tempestad…
¡Oh! cúbrenos piadoso con tu divino manto,
Y sálvese, Dios mío, la triste humanidad.