A d. francisco alsedo bustamante

En el combate de Trafalgar

¡Espantoso fragor! Del vasto espacio
Vibran heridos los profundos senos
Al estallar en hórrido estampido
De cien cañones los infaustos truenos.
En los antes serenos
Anchos pliegues del Ponto adormecido
Abren hirviente surco altivas proras,
Al viento dando el pabellón de guerra,
Y en alas de las furias vengadoras
Nave con nave armipotente cierra.

Roba la luz el humo tormentoso
Que en densas ondas por doquier se extiende,
Y en medio de aquel caos espantoso
La muerte sola el brazo sanguinoso
Siempre certera tiende.
Rasga el denso vapor sulfúrea llama
Que el hueco bronce con furor vomita,
Y unida en fiera trama
La bala encadenada precipita
Sobre la jarcia espesa, el mástil fuerte,
Haciendo al paso deshiladas trizas
Los duros cables y las tensas drizas.

Cae con horrendo estrépito en la nave
De mástiles y velas la balumba,
Y al golpe rudo de su peso grave
Se abre una nueva tumba.
Doquiera el trueno del cañón estalla;
Por doquier la metralla
Silba estridente, y el estrago aumenta
Que revelan los ayes del herido;
Y entre el gigante ruido
Que los ámbitos llena con mil ecos,
Y entre los golpes secos
Del proyectil sobre la plancha dura
Que recubre la amura,
La voz se escucha, que el fragor domina,
De acústica bocina.
Es la voz del deber: a su eco grave
El nauta valeroso sólo sabe
Las órdenes cumplir con fiero arrojo,
Y pisando los restos, ya despojo
De la Parca cruel, sereno avanza,
Al través de la nube ennegrecida
Que le cerca homicida,
Donde el deber le lanza.
Todo es abnegación, todo bravura;
De su existencia el bien dado al olvido,
Aguarda decidido
Que el mar le preste amiga sepultura.

Tales los riesgos son, tal el estrago
De la lucha que el hombre arrostrar osa
Sobre la espalda hercúlea y procelosa
Del piélago undivago.
El fuego, el aire, el líquido elemento
Que se agita traidor bajo su planta,
En el mismo momento
Reclaman su atención, y en el combate
Que las fuerzas quebranta,
Al contrastar en reducido espacio
De tan varios peligros el embate,
Justo es al menos que su vista cuente
Iguales fuerzas que batir enfrente,

No fue así en Trafalgar: cada navío
De los que arbolan la española enseña
Contra fuerzas mayores siempre empeña
Su inquebrantable brío.
Encerrado en un círculo de fuego,
Blanco de las mortales andanadas
Que el contrario tenaz, de furia ciego,
Lanza centuplicadas,
Nada arredra el valor de sus campeones;
Y el mástil roto y perforado el casco
Y abierto a trozos el convexo puente
Aún resuena potente
La formidable voz de sus cañones.

Que el Bahamá lo diga, en cuyo bordo
Comandaba el intrépido Galiano,
De pecho altivo, a toda idea sorda
De rendirse al britano.
Cinco navíos a la vez afronta;
Y el valiente adalid, con voz entera
Que robustece el bélico coraje,
Le grita a su equipaje:
“Clavada está en el asta la bandera”.
Y por igual manera
El Príncipe de Asturias, que en su puente
Unido ve al valiente
Gravina con Escaño, su segundo,
De indomable tesón da ejemplo al mundo.

Que lo diga el San Juan Nepomuceno,
En que alienta el espíritu gigante
De su jefe inmortal, gloria de España,
Que en cien empresas dominó la saña
Del furibundo Atlante.
Antes volar el buque se propone
Que entregarle vencido, y su denuedo
Asombro infunde al enemigo y miedo.
En tal empresa seis navíos pone
El británico isleño
De un barco solo para hacerse dueño,
Y cuando, muerto el ínclito marino,
El buque arría el pabellón glorioso
Cumplido su destino,
Al preguntar, de tanta prez celoso,
Cada jefe contrario: “¿A quién se rinde?”
El valiente Falcón, que le comanda,
“Tres navíos al par tuvo por banda”,
Contesta altivo, con la voz severa,

“De ninguno prescinde,
Que a uno solo el San Juan no se rindiera”.

Y ¿qué diré de ti, valiente Alsedo,
A cuyo esfuerzo la Fortuna esquiva
Hizo tu buque por el viento quedo
Navegar en deriva?
Su empeño decidido fue más fuerte,
Y con hábil maniobra
El Montañés el barlovento cobra
Y avanza hasta la línea de la muerte.
Las velas todas rasga la metralla,
Destroza los obenques y la malla,
Hace astillas las fuertes guarniciones
Y diezma los leones,
Llenos de patrio amor y de ardimiento,
Que tripulan tu débil bastimento.

En cien raudales por la rota amura
El comprimido mar entra rugiente,
Labrando la temprana sepultura
De tanta brava gente.
Y con serena frente
Impávido contemplas el estrago
Y de la muerte el incesante amago,
Que por fin, inclemente,
Hirió tu pecho y te arrancó la vida
Sobre el bao de tu nave desguarnida.

Castaños, tu segundo, toma el mando
Y en vano lidia con la adversa suerte:
Su empeño quebrantó con golpe infando
La no saciada muerte.
Sin posible defensa, acribillado
El casco por cien partes, los heridos
Sin socorro en el puente y el sollado,
Los mástiles rendidos,
Con otros cinco buques de la armada
Emprende el Montañés la retirada
A la triste señal que hace el Asturias,
Y en demanda del puerto
Derivan juntos en fatal concierto,
Navegando en bandolas,
Los restos de las naves españolas.

¡Día terrible, en que el valor probado
Al número sucumbe con fiereza!
¡Preclaro día, en que el vencido honrado
Levanta con orgullo su cabeza!
La Historia en sus anales
Con oro escribe vencimientos tales,
Y al dejar la victoria consignada
No adjudica el honor de la jornada.
Vuestros nombres serán del mundo ejemplo
De la Fama en el templo,
Y a vuestra frente del luctuoso día
Ciñó ya la memoria
Verde laurel de eterna nombradía,
Palma gentil de inmarcesible gloria.


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Poema A d. francisco alsedo bustamante - Adolfo de la Fuente