Apartad el laúd; muy mal sonara
Entre el lloro mi canto, ni pudiera
Sino con torpe y degradado acento
Al tirano adular… ¡ah! nunca, nunca…
Antes morir… de su venganza el rayo
Sobre mi frente despiadado vibre:
Libre nací y a su pesar soy libre.
¿Mas qué cantar sino de llanto y sangre
Patria infelice? Si entonar al cielo
Himnos de gloria y libertad procuro,
La ensangrentada vista del cadalso
De mi alma hiela el entusiasmo puro.
Yo vi la triste luz, cuando la tierra
Al peso de un tirano estremecida
Que al fin al cielo domellar le plugo
Luchaba en cruda guerra
Rehuyendo airada el ominoso yugo.
Cuando el genio del mal nos ofrecía
Ponzoña horrible en funesta copa,
Que tímida apuraba
Con yerto labio la afligida Europa.
Entonces, ¡ay! entonces,
El clarín belicoso me arrullara
Y en eco horrible el cavernoso bronce:
La sangre hispana salpicó en mi cuna
Y la del galo que en sangrientas lides
Llevó feliz la espada vencedora
Del raudo Nieper hasta el mar de Alcides.
¡O Cádiz, patria mía!
Tú sola prepotente
Doblarse viste ante tus altos muros
Del fiero galo la orgullosa frente.
Cuando la Europa tímida cubría
La desdorada sien de oprobio y luto
Tú denodada y fuerte
El grito diste que asombró la tierra,
A los tiranos precursor de guerra
Y a sus legiones precursor de muerte.
¡Cuánto de lloro y de aflicción el hado
Guardaba a tu afanar! libre y potente
Cual la roca en los mares resistías
De la lucha el furor; tus torreones
Con eternal barrera contuvieron
De Jena y Austerliz los campeones.
Mas luego ¡ay! luego desdorada y mustia
Sin libertad lloraste
Bajo el pie de tiranos prosternada.
Y pálida, expirante,
Llorando al mundo tu funesta suerte,
Aun en tus labios con amargo acento
Clamar se escucha: ¡libertad o muerte!
Yo te vi, yo te vi, Cádiz hermosa,
De murta y luto la tu sien velada,
Sobre tu almena siempre victoriosa
Llorar tu gloria y libertad pasada.
¡Mísera! ¿qué se hicieron
Mis triunfos celebrados,
Mis ínclitos laureles
Con sangre de mis hijos ¡ay! comprados?
Otro tiempo feliz mi blanda orilla
Tocó preñada de opulencia y oro
De cien bajeles la sonante quilla,
Y púrpura y aromas
Me tributaba tímido el Oriente,
Y prosternado el orbe apercibía
Laurel y rosas para ornar mi frente.
Todo ya es nada; con funesto yugo
Mi frente dolorosa
Tirano aflige el opresor ingrato
Que yo salvé de esclavitud odiosa.
¡Y este es el premio de mi afán y el pago
De mi sangre vertida en los combates!
No, ¡mis hijos esclavos! no… primero
Un patíbulo y mil y hondos sepulcros.
Antes que sin virtud torpes esclavas
Mis hijas tiernas la virgínea frente
Dobleguen al poder, antes que humille
Mi noble juventud; su cuello altivo
De un déspota feroz a la coyunda,
Ronco se agite el férvido Océano
Traspasando sus límites, y ufano
Mis almenas altísimas confunda.
Yo la oí, su lamento
Sonoro como el viento
Que entre rosas y arroyos juguetea
De la noche el silencio interrumpía,
Y en alas de los céfiros llevado
Allá en los mares suspirar se oía.
¿No llegará el momento en que tronando
De tu almena el cañón, al orbe diga
Soy libre y libre para siempre? ¡ay! ¿cuándo,
Cuándo será que tu incesante lloro
Trocado miré al fin, y tu agonía
En lloro de placer, y hermosa y libre
Te envidie el sol desde su trono de oro?
¿Cuándo?… mi pecho palpitando gime…
Pronto, sí, pronto sacudiendo el yugo
Que infame inmundo, tu garganta oprime.
¡Ya no hay esclavos! gritarás sublime
Temblar haciendo a tu feroz verdugo.