Era C*** un tiempo en que mi vida
Con penoso cansancio se arrastró,
Y por su misma inercia entumecida
En tenebrosa obscuridad vivió.
El yerto pecho de pasión vació
Seco del llanto el hondo manantial,
Pasé mi vida de indolente hastío
En esa calma al corazón fatal.
Mil veces de este sueño perezoso
Avergonzada el alma despertó,
Mas ahogada en su centro tenebroso
Sin luz ni ambiente a dormitar volvió.
Faltábale la luz del sentimiento,
Faltábale el ambiente del amor,
Y en la dura prisión de su tormento,
La paz del sueño prefirió al dolor.
Así pasaron los hermosos días
Que ornaron mi primera juventud,
Llena la mente de ilusiones frías
Negando el sentimiento y la virtud.
Y así maldije el sol que iluminaba
De otros hombres felices el placer,
Y maldije la luna que alumbraba,
La indolente vergüenza de mi ser.
Y en mis delirios, insensato, impío
Del Dios de los destinos blasfemé;
Pero tu amor calmó mi desvarío
Y tú fuistes el ángel de mi fe.
Ya no maldigo el sol: ya de la luna
Me agrada ver el lívido fulgor,
Sin que acose mis sueños, importuna,
Sombra fatal de ceño aterrador.
Me siento renacer y en otra vida
Sembrada de ilusiones de placer,
Ya se dilata el alma adormecida,
Fresca y gozosa con su nuevo ser.
Y fuiste tú la que a mi pecho triste
Hizo el contento por mi bien tornar
Y un alma desgarrada redimiste
Que iba la muerte en su tormento a hallar.
¡Esperanzas!¡amor! ¡flores del alma!
Volved con vuestra cándida ilusión;
Y otra vez inundad de vida y calma
Mi agitado y marchito corazón.
A los defensores de Bilbao
Vuelva a mis manos el laúd sonoro,
Vuelva a mis manos y el cantar sublime
Blando acompaña con sus cuerdas de oro…
Venga, venga, el laúd.
Que ya cesó el dolor, y el alma mía
Del fuego de los libres inspirada,
Cobra otra vez la bélica energía
Por mágica virtud.
Mal apagada la celeste llama
Por continuos pesares en mi pecho,
En entusiasmo ardiente, hora se inflama
Mi yerto corazón.
¿Y quién, y quién no canta enajenado
Bilbao hermosa tu valor sublime?
¿Quién no celebra tu ánimo esforzado
En bélica canción?
¡Ay! ¡quién me diera al genio de la gloria
Arrebatar la cítara sonante
Con sus cuerdas de bronce, y tu memoria
En ella eternizar!
¡Bilbao sublime! ¡de amargura, y llanto
Cubrió tu frente la falange esclava!
¿Cómo sufrir pudiste dolor tanto
Y tanto pelear?
Deja a mi voz que tu victoria cuente
En canto melancólico, y perdona
Sino es cual tú mereces, sacra ardiente
Mi pobre inspiración.
Deja que el pecho de entusiasmo henchido
Con destemplado acento te tribute
El homenaje que te debo, herido
De amor, de admiración.
Tú salvaste la España: allí en tu muro
La muerte halló otra vez el bando fiero,
Y en vano ya otra vez trance duro,
Te vieras estrechar.
Que firme siempre, en ademán bizarro,
Y de laurel sangriento coronada;
La indómita soberbia del navarro
Supiste domellar.
Ellos huyeron y tu frente pura
Salpicada con sangre de las lides,
Despojada se vio de su amargura
Y otra vez sonrió.
Y sonrió también la triste España
Que en ti clavados los hermosos ojos,
Al creerte presa de enemiga saña
Libre por fin te vio.