Como la luz triste del sol que en las tardes
emplomadas de lluvia – desesperadamente –
entre los hombros de las nubes se abre paso,
como la luz triste y entumecida
que sobre el musgo cae y en la hierba rebota,
como la luz triste, viajera equivocada,
que todos se niegan a recoger
alegando que no es la luz verdadera,
así es tu ausencia.
Inútil que me engañen tus cosas abandonadas,
inútil que las ampollas olvidadas y los frascos,
el tímido algodón y el servicial alcohol,
finjan esperarte en detenida tregua;
inútil que tus anteojos y tu silla
a otro mundo espíen sobrecogidamente, aguardándote.
Florecerán rosales desterrados de tus ojos
flores de Candelaria se quemarán en grada vesperal,
atónitas naranjas suspenderán en el aire palpitante
senos de muchachas virginales;
flores de pascua gritarán tras los cercos
a los donceles de diciembre en fuga;
enamoradas de los esbeltos helechos,
las pomposas bougainvillias vestirán lujos de burato y fuego
para que Pablo Veronés las pinte,
y las rubias amandas desdeñadas
apaciguarán su fría, superficial indiferencia
para ensayar vuelos de lastradas mariposas,
viniéndose a tierra en repentinos otoños sólo suyos.
Tú no vendrás, tú no verás, tú no estarás,
nunca, nunca, nunca,
sino en mi lágrima y en mi sueño y en mi canto,
en mi peligro y en mi diálogo,
en el orden circunspecto de la luz que me circunda y me atañe,
en la tolerancia de mis sentidos,
y en la persistencia del ademán que antiguos fantasmas repudia
para estar contigo a solas en la penumbra
de la frontera secreta de la muerte,
tú un paso maduro en la vida adelantado,
yo a la muerte un delirante paso dirigido
como de melancólico joven en el viento suicidado.