Yo no sé por que lloro, si tú descansas.
De tan grande que era, de tanto cielo que atesoraba,
el corazón no te cabía en el pecho,
¿cómo iba a caber en el mundo
un corazón que no cabía en tu pecho?
No tiene sentido que te llore,
si estás en la luz disuelto,
en su intimidad incorporado,
en su novedad identificado,
si en el agua me miras con ojos de sumergida diafanidad,
si en el viento se renuevan tus palabras leales,
si en la noche navegan tus pasos junto a mis pasos,
bajo tempestades de estrellas y de apóstrofes,
si en tu sueño mismo, sin fondo, sin contornos, mi mano exasperada
ase con pavor y daño fervoroso las hundidas raíces de tu ser,
si en el río de mi sangre caen, copiosas de eternidad, tus amapolas.
No tiene sentido que te llore,
aquí, bajo el gran viento negro.
Mis ojos ignorantes, sin embargo, en ráfagas de lágrimas.
Mi corazón desquiciado, sin embargo, en nudos de angustia.
Soy el culpable de mis lágrimas y en ellas naufrago,
abandonado a los caprichosos itinerarios de las ondas del llanto.
Castígame con impulsos de frío reproche y de luz airada
porque rompo la obediencia a hostiles destinos,
contra las benignas normas de tu estoicismo alzado,
y porque con torpe mano quiero detener tu marcha de luz, castígame.
Yo no sé por qué lloro, si tú asciendes,
Pero me falta el jarro de flores olorosas de tu corazón.
Yo no sé por qué lloro.
Por escalinatas de estrellas va tu ser emancipado,
y yo soy apenas el esclavo medroso que de lelos, tu huella
desvanecida sigue, en estelar espanto desvanecido.
Seca el manantial tenebroso de mis lágrimas,
apaga el hervor de mi sangre,
ciérrame los ojos ensombrecidos,
apriétame los labios de ansia y de blasfemia,
y entonces sumisamente, bajo las lunas nuevas seré el camino de tu recuerdo,
invocaré tu nombre despojado,
cantaré tu alabanza de bondad y dulzura,
y diré a tus hijos que no has muerto,
que eres la perfecta luz de una presencia al ojo negada,
al alfanje del dolor invulnerable,
pálidamente silenciosa.
Que descansas del mal de la vida, en fin, y a la dicha
te elevas purificado,
Dignidad de acero y terciopelo;
que tu corazón desorbitado ya en el espacio se amolda;
que un día, en el mar de las estrellas confluirán los ríos
desiguales de nuestro viaje.
No tiene sentido que te llore,
aquí, bajo el viento negro,
cuando es mi corazón, tan sólo, el que ha muerto.