Tendido estás, isla inmóvil
Ya en la densa mar del tiempo.
Los riachuelos azules de tus venas
Se desperezan sin rumor por los cauces de piedra de la muerte,
húmeda lava de la muerte.
Sobre tu pecho,
pálidas manos decaídas, sin voluntad de alas,
custodian las puertas del sueño.
Ultima luz de mayo
acunan almohadones de sombra en tus ojos,
abiertos ya del otro lado de la vida,
a lunas de tierras extraviadas,
a estrellas fugaces de cielos del todo nuevos
para tus ojos de recién llegado a otra vida.
Isla intacta – equilibrio intemporal, dichoso aplomo –
una onda de lágrimas,
una espuma de plegaria,
una herida ráfaga de sollozo
acuden a tus costas, nimban tu contorno.
balandros de flores naufragan en tus orillas.
Pero ya la sorda corriente de la muerte
tus raíces de profunda tierra taja
y a impenetrables mares de soledad te arrastra.
Tibia corona de laurel antiguo,
mi abrazo quiere ceñirte,
tibio beso en la frente helada, quiere detenerte.
Tu escolta de cirios lacrimosos
sondan la sombra de las escalas de tu viaje.
Vestido ya de negro y plata,
viene a besarte el viento de las estrellas de la calle.
viene de tus mundos perdidos
una voz que sólo tú oyes
(En su prisa nos atropella
hace temblar los cirios veladores,
se arrodilla a decirte adioses
de tus cosas estremecidas, huérfanas
de tu tutelar amparo, de tu sosegada pertenencia huérfanas.)
Las ojeras de la aurora
tu palidez espacian, pronuncian tus perfiles, y te haces más isla, más isla,
más mundo que desaparece,
más propiedad irrescatable
de las enemigas manos de la muerte.
Un silencio de flor
encristala la anchurosa luz de tu semblante.