A Paolo Uccello
Ábrese el bosque de las lanzas
Y un hilo de sangre toma la pendiente – flor a flor –
Emblema del íntimo torrente,
Baña las huertas y tiñe las verduras.
De aquí nacerán el rotundo jitomate y la jugosa zanahoria,
Los ardientes chiles y el manso betabel.
Con el estiércol de los caballos despavoridos
Ha de ser abonado este terreno
Por los siglos de los siglos.
Quién más, quién menos,
Como liebres en campo de batalla,
Como ciervos huyendo ante el estruendo de los truculentos arcabuces.
Una espada de agua en el interior de una venganza imaginaria.
Un soldado desconocido
Durmiendo el sueño largo bajo las patas de los caballos.
Y detrás de todos estos valientes
Se alcanzan a escuchar las fanfarrias de los músicos,
Esos hombres de segunda…
Los que vieron correr la sangre como quien ve una película de vaqueros;
Los que llevaron el ritmo con el temblor de sus rodillas
Deslizando las manos sudorosas como centauros sobre las llaves;
Los que apenas si fueron a la fiesta;
O fueron a la fiesta y no sabían bailar;
O se quedaron en la cocina
Chiquiteando su vaso con alcohol, su Cuba libre,
Soplando en la trompeta del insomnio,
Cantando fuera de tono las injusticias del mundo;
Sin olvidar – por supuesto – a las estrellas
Ni a los ángeles que tocan de corrido
Los sones predilectos del Creador.
*
¡Oh oscuridad, telón de fondo!
Crucero y semáforo de la naturaleza.
¡Que siga la batalla cotidiana!
Que sigan las insidiosas diagonales dando guerra,
Y la cortina de lanzas abriéndose al milagro de la gente,
A los oficios sin fin de este planeta,
Al juego de niños que es vivir cada minuto.