Emplumado común, zanate asesino, hueles la imprudencia del dé-
bil. Ignoras la oscuridad de tu plumaje y el ansia cabrona de la
ciudad que te cerca y te arrincona cada vez más. Soportas los
estertores luminosos con holgada resignación y jamás darás por
acabada tu propia corrientez primorosa.
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