En el corazón
de España,
sobre un árido terreno,
y enfrente de altivos montes,
se alza gigante Toledo:
Toledo, que ahora descansa,
con profundísimo sueño,
bajo la pesada sombra
de sus ilustres trofeos.
Aún te acuerdas ¡oh ciudad!
de los tiempos que ya fueron,
en que cien insignes reyes,
más que reyes, caballeros,
a las huestes musulmanas
arrojaron de tu seno.
Entonces, despavoridos
ante tus ojos huyeron
los infieles, que algún día
te ocuparon como dueños;
y después una y mil veces,
del descalabro repuestos,
te rodearon rabiosos,
tus murallones mordiendo;
y otras tantas en tus campos
su sangre mora vertieron,
eternizando tu nombre,
y eternizando sus hechos.
¡Toledo! Cuando delante
del tribunal de los tiempos,
en marcha lenta y solemne
vaya pasando el ejército
de las ciudades hispanas,
tú llevarás, de derecho,
el pendón, gloriosa enseña
del valor de nuestro pueblo.
Águila imperial, tendiste
por los espacios el vuelo;
y aunque las hermosas plumas
ya de tus alas cayeron,
por los espacios rodando
y tus lauros escribiendo,
aún conservas en las garras
la ejecutoria y los fueros.
Ahora, vieja cortesana,
vas con afeites cubriendo
las arrugas que te causan
las inclemencias del tiempo.
El Tajo va temeroso,
tus regios muros lamiendo,
y arrancándoles el polvo
que los siglos produjeron.
¡Cuántas oscuras historias,
cuántos tenebrosos hechos,
cuántas famosas hazañas,
cuántos fantásticos sueños,
envueltos en ese polvo,
y por el curso violento
del río, al mar arrastrados,
se perderán en su seno!
Allí vendrán los poetas
sus áureas alas batiendo,
atravesarán las ondas
del profundo, ignoto piélago,
y moverán las arenas
con avariento deseo,
por hallar entre ese polvo
asuntos para sus cuentos.
Vieja eres ya, ciudad mía;
pero yo vieja te quiero,
con tus calles tortüosas,
tus alcázares soberbios,
con tus mohosas rüinas,
tus subterráneos inmensos,
do podemos todavía
respirar el polvoriento
aire que tras sí dejara
el siglo decimotercio.
Si yo pudiera encender
mi antorcha en el limpio fuego
del sol que alumbra tu frente,
del sol que vela tu sueño,
yo descendiera con ella
a tus cavernas, Toledo,
a disipar las tinieblas
de ese incógnito misterio;
a encontrar allá en el fondo
los despedazados restos
de alguna historia trazada
por manos de tus abuelos;
a remover los escombros,
y a buscar debajo de ellos
testimonios de tus glorias
y de tu gran valimiento.
Páginas con sangre escritas,
que ha medio borrado el tiempo,
y ahora deletreamos
con religioso respeto,
testigos que preconizan
los altos e ilustres hechos
de tus honrados mayores,
de nuestro valiente pueblo:
del pueblo que, aún hoy soñando
con tus preclaros recuerdos,
combate y vence a la sombra
de tus arruinados templos.
Yo te saludo, ciudad;
a tus plantas me prosterno,
y te demando la venia
de penetrar en tu seno,
de registrar tus rincones,
tus caminos encubiertos,
tus fortalezas moriscas
y tus palacios iberos.
Yo te saludo: a mi paso
abre las puertas, Toledo;
que quiero aspirar el polvo
del siglo decimotercio.