Tentado estuve un día
a admitir el destino
que me estaba brindando
un generoso amigo.
Por el bien de mis padres,
más bien que por el mío,
desechando aprensiones,
casi me determino.
Pero, luego, mi musa,
exhalando un suspiro,
se quejó de esta suerte
dentro del pecho mío:
-¿Me abandonas, ingrato;
me dejas, fementido;
y de la recta Themis
te alistas al servicio?
¿Desprecias la corona
de laureles y mirtos,
que te estoy componiendo
desde cuando eras niño?…
¿Has pensado bastante
de tu necio extravío
las funestas resultas?
¿Estás ya decidido?
Dame mi lira, ingrato;
dame mi lira, impío;
y que te den los cielos
la suerte de Batilo.
Piedad, ¡oh musa!, exclamo,
piedad de un afligido
que si engañarse pudo,
nunca ofenderte quiso.
Y desechando luego
mis fatales designios,
a mi lira me torno,
y a mis amados libros.